La experiencia de alargar el brazo y alcanzar el fruto deseado de un árbol, pertenece al origen de los tiempo. Nos remite a los tiempos en los que lo tuyo y lo mío aún no existían. Permitir que los niños lo experimenten es dejar en ellos un poso, activar una memoria, que espero les sirva para saberse recibidos en un mundo en el que la Naturaleza nos ofrece lo que necesitamos para vivir. Alargar la mano y saciar el hambre, estirarnos mínimamente y saciar las necesidades. Así deberíamos vivir: satisfaciendo las necesidades sin dolor ni sufrimiento.
En un mundo donde para sobrevivir hace falta salvar tantos obstáculos artificiales creados para mantenernos en constante estado de necesidad, no está de más saber que con alargar la mano, los frutos estarán ahí esperándonos para satisfacernos. En un mundo donde la mayoría de los habitantes están en una situación de pobreza extrema (artificialmente creada a través de esquilmar sus recursos naturales o contaminarlos o apropiárselos grandes corporaciones o personas sin escrúpulos), no está de más que recordemos que en este planeta, tenemos lo que necesitamos y que si hay personas que no lo tienen es porque otras lo impiden. No hace falta ganarse la vida. La Vida ya está ganada, con cada respiración, con cada gesto. Estamos aquí, somos y tenemos dignidad. Con alargar una mano, con ofrecer nuestros dones, debería ser suficiente para sobrevivir dignamente. Seamos, pues, dignos. Y permitamos la dignidad de las demás personas.
Dedicado a Laura
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