Por la noche, a mi hija y a mi nos gusta compartir unos minutos de lectura como la última actividad del día. Me tiendo con ella en la cama y así, juntas y parejas, comienzo a leer. Lee muy bien para su edad y lo hace durante horas a lo largo del día, pero la noche es para oír las voces de papá y mamá que se turnan con cierta flexibilidad para acompañarla en estos momentos. Cuando el libro se cierra, sus párpados ya están a punto de caer. Me sigue emocionando aún hoy, seis años después de su nacimiento, este momento en el que ella se entrega al sueño entre mis brazos. No me siento en una silla, ni siquiera en la cama, yo me tumbo a su lado y compartimos mimos y caricias hasta que la vence el sueño.
Hoy, cuando ya estaba a punto de dormirse he comenzado a acariciar su rostro, tan angelical y hermoso, tan cándido y puro, y me ha salido un:
- ¡Qué valiosa eres, hija!
Y ella, abriendo ligeramente sus ojos, me ha respondido:
- ¿Tu crees, mami?
- Por supuesto, cariño. Eres muy valiosa.- he contestado algo sorprendida.
¿Es que mi hija no lo sabe? ¿Es que en algún momento he podido hacerle creer que no lo era? ¿Por qué me pregunta si lo creo?
Los adultos de hoy hemos crecido creyendo que no éramos valiosos. Los adultos de ayer nos han tratado durante nuestra infancia como mascotas, peor, a veces. Hemos sido víctimas de malos tratos, violencia física y verbal, abandono emocional, torturas, agresiones sexuales... nos han frustrado nuestra necesidad de amor y ternura, nos han domesticados y nos hemos creído que sus palabras eran la verdad, que su trato era el que nos merecíamos, nos hemos creído que no éramos valioso. Y esto no es cierto. Para nosotros nunca lo fue (ningún ser humano nace sin dignidad y carente de valor) y no lo es ahora tampoco para nuestros hijos. Decirle a un hijo que es valioso es conectarlo con su dignidad, devolverle su espacio y garantizarnos su seguridad y confianza.
Pero ¿es necesario decirlo? A diario observo las actitudes con que los adultos tratan a mi hija, incluso yo, en algunas ocasiones, reconozco haber dado prioridad a cualquier otro asunto antes que a ella. Esta es la materia con la que ella va elaborando una imagen de sí misma: con los malos modales, con la falta de atención y tacto, con cada interrupción de un adulto mientras habla, con el adultocentrismo que llama Ileana, con ese postergar eterno de sus prioridades, con las risas bienintencionadas y los sarcasmos, con las frases envenenadas y los no diarios...
¿Es necesario decirlo? Pues sí. Es necesario decir. Tan necesario como acariciar su rostro y besar su frente, como escuchar sin rechistar mientras expresa lo que siente (aunque sea enfadada), como peinar su pelo y alimentar su mente, como ayudarla en los comienzos para confiar en ella después... Es necesario porque en alguna esquina de su memoria, en algún rasguño de su alma es posible que haya quedado prendido un "no soy suficientemente importante". Es igual de importante que hacerlo, que esforzarse a diario en ofrecer la versión mejorada de ti mismo. Son dos energías (hacer y decir) que confluyen en una única dirección: reconocer la dignidad de un ser humano.
Ya no son tiempos de seguir alargando más la cadena de indignidades. Ahora es el momento de cambiar y sanar el pasado para entregarles un presente puro y limpio. Repasemos actitudes, asumamos responsabilidades y miremos a nuestros hijos como ellos se merecen, como nos merecimos nosotros. O ¿qué crees que habrías sentido al ver actuar a tus padres y al oriles decir: qué valios@ eres, hij@ mí@?
5 comentarios:
Yo pienso que tu hija no pregunto "¿tú crees, mami?, porque piense que no consideras que sea importante, sino porque nos gusta escucharlo, y con este tipo de preguntas te hace repetirlo que sí, que sí es valiosa.
Por ejemplo, mi pareja a veces me pregunta que si la quiero, y a veces incluso minutos después de haberle dicho "te quiero". Y no creo que lo diga porque no me cree, sino porque le gusta escucharlo, al igual que todos/as nos gusta escuchar que nos quieren, o nos gusta que nos besen, nos abracen, nos acaricien, etc.
Y sí, un/a hijo/a es valioso/a. Debe de ser una experiencia increíble. En cierto modo, yo siento lo mismo por mis alumnos/as; me gusta que se sientan queridos/as por mí, que se sientan a gusto y felices, y a veces les abrazo, les acaricio...
¿Cómo resistirse a la preciosa mirada o sonrisa de un infante? Son tan monos/as... :o)
Besos.
Si Enrique, puede que le guste oírlo sin más. Pero si abres los ojos bien abiertos, te darás cuenta del trato tan indigno que reciben los niños por ser niños: la peor comida (la basura) es para ellos, los sitios menos cuidados (te aseguro que como adultos no iríamos a los campamentos, granjas-escuelas, etc... donde los mandamos para que Crezcan), en los restaurantes no les dan carta, ni les miran siquiera, se les trata como si fueran tuyos, aun cuando no los conozcas de nada (los adultos se meten con ellos, les hacen chantajes emocionales, se permiten tocarlos recién conocidos...)
No es agradable ser niño, te lo aseguro. Yo, al menos, no volvería voluntariamente a ser niña de nuevo.
Lo sé, Mónica, de hecho tengo una entrada que hice para denunciar lo que se denomina como adultocentrismo.
Te la paso por si te interesa: http://educacion-enrique.blogspot.com/2011/04/basta-de-adultocentrismo.html
Saludos.
Por supuesto que hace falta decirlo, ¿acaso no nos gusta a nosotros que nos lo digan?
Para mí mi hija es lo más valioso del mundo y es mi responsabilidad que lo sepa, que crezca feliz y con una alta autoestima. Para ello unas de las principales cosas es el respeto, mutuo, no sólo de ell@s hacia nosotr@s.
Me ha gustado tu artículo, nunca me había parado a pensar si el decirlo con palabras y no sólo con nuestras actuaciones era importante.
Publicar un comentario