Los niños... objeto mercantil

Hace unas semanas vi en televisión un reportaje sobre los casos de recién nacidos robados en hospitales en España durante la época franquista y en los primeros años de la democracia. Los casos de bebés robados llegan hasta los primeros años de la década de los ochenta. Sobrecoge pensar que en este país, personas que actualmente tienen mi edad o menos, han sido robados por unos médicos enfundados en sus batas blancas y unas monjas recluidas en sus hábitos. 

La dinámica del delito: madres de pocos recursos económicos y culturales llegaban al hospital para parir. A muchas se las anestesiaba y después, sencillamente, le decían que el bebé había nacido muerto. En otros casos la mujer paría un bebé sano y vivo. La madre y el bebé eran separados. A las pocas horas un médico llegaba y les decía que el bebé había muerto. A veces, no siempre, enseñaban el cadáver de un bebé que era siempre el mismo; la mayoría de las veces, ni eso. Sencillamente, les decían a los padres que los bebés habían sido enterrados con los demás bebés y fetos en una fosa común de un cementerio. Nunca apareció registro de entrada en los cementerios que lo certificara. 

Para que este delito se diera era necesaria la conjunción de varios factores:

- Una madre que acudía a un hospital para parir (pensaban que era lo mejor para ellas y sus bebés).

- Un país con evidentes desigualdades sociales: eran mujeres con escaso nivel cultural provenientes en su mayoría del campo y desconocedores de la burocracia.

- Usos hospitalarios, nada respetuosos con las madres y los bebés, en los que era normal la separación de ambos.

- Una profunda creencia de que el médico tiene siempre la razón. La medicina es una de las profesiones que eleva a sus representantes a la categoría de semidioses.

- Y un sentido grosero, diabólico y mezquino del valor de la vida por parte de los que lo hacían. Un millón de pesetas, es el valor de una vida destrozada, un adulto perdido buscando sus orígenes y el dolor de una madre y una familia llorando la pérdida de un hijo.

Horroriza pensar que en este país, mientras se celebrara el Mundial del 82, se vendían niños que pasaban de familias pobres a familias que pagaban mucho dinero por ellos.

No es de extrañar que los ejecutores fueran médicos y monjas, representantes de la ciencia y la divinidad, que, en este caso, trenzaron sus fuerzas sobre la población para ejecutar uno de los delitos más salvajes que se pueden cometer, arrebatar a una madre a su hijo y a un hijo, su madre. 

No es de extrañar que, para que estos delitos pudieran cometerse, fuera necesario la intervención de poderes que hacían del simple ciudadano un inculto en su campo: ciencia y religión.

Espero que el peso de la ley caiga con fuerza contra aquellos que arrancaron a los hijos de sus madres, contra los padres que pagaron (si sabían que estaban robando bebés de sus familias legítimas) y contra los que ampararon con el silencio, la mirada esquiva y el dejar hacer a esta pandilla de delincuentes indeseables. Los afectados han creado la Asociaciación Nacional de Afectados por Adopciones Irregulares (ANADIR). Mis solidaridad para ellos y sus familias.