Tenemos un cerebro y, como órgano, es perfecto. Digamos que el cerebro nos sirve como antena receptora de la realidad que nos rodea. Nos ayuda a relacionarnos con el mundo. Nuestros sentidos se concentran, prácticamente, en la cabeza. Y así podemos saber que el frío es frío, que una bebida quema, a qué huelen las rosas, saborear una buena comida o ver un atardecer o el rostro de nuestro hijos... Podemos recorrer el mundo con las antenas suficientes para no tropezar. Pero, en algún momento, algo empieza a no ir tan bien. Y el cerebro comienza a tomar autonomía propia. Comenzamos a vivir en un mundo irreal construido con nuestras experiencias pasadas (normalmente dolorosas) y lleno de expectativas que proyectamos hacia un futuro fantástico (en las que somos mucho más de lo que somos ahora o que puede traer todo un sufrimiento increíble). Dejamos de mirar lo que esta pasando ahora y todo lo filtramos con un tamiz de dolor, sufrimiento, violencia, inseguridad, soledad, tristeza... Cada uno creamos nuestro filtro en función de las experiencias vividas. Entonces nos convertimos en suplantadores de nosotros mismos. Así surgen estados más o menos crónicos de tensión, miedo o melancolía, y construimos una coraza que nos separa de lo real de forma que pretendemos quedar a salvo de un mundo violento y horrible en el que nos hemos sentido víctimas o que puede atacarnos en cualquier momento. A veces, construimos una personalidad de verdugos, a veces de víctimas, a veces de ambas cosas, según las circunstancias.
Lo importante es que nada de esto tiene una entidad propia, que no es real. Vivimos amenazados por nosotros mismos. Podemos estar en una playa estupenda, con nuestra bebida favorita y disfrutando de un atardecer idílico y ese contenido obsoleto de la mente estará sentado con nosotros en la misma tumbona. Y... nos boicoteara el placer o la contemplación. Podemos tener entre los brazos a la persona amada y la mente comenzar a recordar todos los agravios de la última década cometidos por las parejas que hemos tenido. Podemos ser criticados por un asunto en concreto y nuestra mente traerá al presente todas las críticas y juicios que pronunciaron sobre nosotros de pequeños... y así hasta el infinito.
En algún momento de nuestro pasado, no pudimos con tanto sufrimiento. Entonces nuestra mente bloqueó la experiencia e impidió vivir hasta el final la situación. Esos residuos bloqueados en el subconsciente y, la amenaza de la pérdida del amor de la madre y el padre, por la falta de aceptación, hicieron que decidiéramos dar el control a la mente y dejar de ser lo que éramos: dejamos de comportarnos de forma espontánea, libre y sincera y creamos un personaje a medida pero con un traje demasiado estrecho que nos aprisiona. Entonces decidimos ser muy buenos, muy buenos, tanto que todo el mundo nos querrá, o ser muy listos, muy listos, tanto que todos nos admirarán; o decidimos ser muy malos, muy malos, pues así todos nos temerán y seremos alguien; o ser muy...
Nuestra mente, un hábil instrumento de precisión, ha tomado el control de nuestras vidas. Y podremos recuperar la soberanía cuando seamos capaces de estar en el presente, viviendo esto y no nuestra historia personal. Hay numerosas técnicas para hacerlo, desde la meditación a las regresiones, la relajación, el psicoanálisis... pero todas pasan por una toma de conciencia del dolor acumulado y una expansión de lo que uno es. Entonces deja de haber dolores pasados irrumpiendo en nuestro presente, porque hemos sido capaces de vivir hasta el final el dolor que acompañaba a las situaciones del pasado. Entonces abandonamos al personaje, porque ya no necesitamos una máscara para cubrirnos.
Los niños saben estar en el presente, en el aquí y ahora. Por eso pueden cambiar de una emoción a otra con suma facilidad, pasan de la risa al llanto y al contrario en un instante. Por eso no suelen tener rencor acumulado y, cada día, nos vuelven a amar con todo su corazón. Cada día es un nuevo día, un espacio limpio que merece ser vivido con entusiasmo y agradecimiento. Permitirles que vivan toda su vida con esa libertad y plenitud es nuestra misión. Es su derecho.
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