Llevamos a nuestros bebés nueve meses en nuestro interior y, un buen día, nos encontramos con un bebé en los brazos. Nadie nos ha preparado para comprender en su dimensión real qué significa acoger esta nueva vida. Nadie ha podido, ni aún los poetas, transmitir la mezcla de emociones, los cambios vitales, la transformación a la que la maternidad nos ha sometido. Deseamos cuidar de ese bebé con todo nuestro corazón, deseamos entregarnos con todo el alma, deseamos amarle como antes nunca lo hicimos con nadie y lo conseguimos… a ratos. Entramos entonces en una lucha interna entre lo que debería ser y lo que es, entre lo que nos dicta la mente y lo que nos pide el cuerpo, entre nuestra fantasía y la realidad del día a día.
Acompañar a otro ser humano en su proceso de crecimiento y de creación de su propia identidad requiere tiempo, disponibilidad, paciencia (la ciencia de la paz), amor ilimitado y respeto. Que, a veces, se nos escurren entre el estrés del ritmo diario, nuestro propio proceso personal y las necesidades no resueltas. Las llamadas crianzas con apego, crianza respetuosa o natural nos exigen previamente haber transitado algunos caminos de desarrollo personal y autoconocimiento que, rara vez, hemos pensado que necesitaríamos para ser madres.
Durante nuestra infancia, y a través de las experiencias dolorosas y/o traumáticas que hemos experimentado, hemos ido configurando alrededor de nuestra verdadera identidad, Self o Ser, una capa de dolor que lo protege. Son los dolores no llorados, las experiencias que pugnan por salir, las emociones bloqueadas. Esa capa de dolor está a su vez siendo protegida por otra capa de miedo. Esta capa de miedo nos protege de mirar en el interior, nos mantiene en un estado superficial. El miedo, a su vez, es protegido por los prejuicios, las opiniones tenaces que asumimos como reales: desde los “yo no valgo” a “nadie me va a querer” a “los hombres siempre abandonan a las mujeres” o “los bebés manipulan a sus madres”, “hay que dar de mamar cinco años”, “las demás son malas madres”… y así un largo etcétera. Y, por último, rodeando esta capa de prejuicios, emerge una ideología: un conjunto de ideas que caracterizan mi forma de pensar y, por resultado, lo que yo creo que es la Vida. A veces, convertimos la crianza respetuosa en una ideología, un conjunto de ideas que interiorizo y asumo desde esta esfera periférica. Y aquí comienzan los problemas y las dificultades para llevar a cabo la titánica tarea de criar a un hijo con el amor y el respeto que se merece.
En realidad, la crianza tiene que ver con el Ser, con dar con mi núcleo, con saber quien yo soy, con experimentar la dignidad que como ser humano poseo y, desde ahí, relacionarme con el respeto, la consideración y el amor que el otro, mi hijo también, merece. El viaje de la maternidad es el viaje desde la ideología hasta el Ser. Pero para llegar a él, habrá que atravesar nuestros prejuicios, miedos y dolores. Entonces, la madre que somos nacerá.
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