La maternidad tranquila

La llegada de un bebé a la familia es, primero una bendición y después una oportunidad única de crecimiento. En mi segunda maternidad y mis 41 años la tranquilidad y el placer y la contemplación van de la mano. Sirva este espacio para reflexionar sobre la maternidad tranquila, sin culpas, sin expectativas, sin cargas innecesarias.
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viernes, 3 de diciembre de 2010

Educadores

Sólo los niños saben lo que buscan.

El principito.

Antoine Saint Exupery.


A veces damos por hecho demasiadas cosas. Esto nos permite continuar en nuestra inercia sin pararnos a reflexionar. En educación suele ocurrir en prácticamente todos los ámbitos. Consideramos que casi cualquier adulto puede trabajar con niños, menos los diagnosticados con enfermedades mentales, drogadictos y pederastras. En nuestro país es suficiente con tres años de estudios universitarios y, a los 21, estamos preparados por ley para educar niños. Incluso, en las actividades extraescolares, cualquiera con una cierta habilidad, puede dar clases sin formación complementaria (entrenadores, monitores, cuiadadores, etc). ¿Será que nos parece más importante la labor de un abogado, químico, periodista, podólogo que la de un educador? ¿Nos parece que merecen más estudio y conocimiento los logopedas, sociólogos, matemáticos, físicos o filólogos que los educadores en quien confiamos el futuro de generaciones enteras?

Creo que esta es una cuestión importante. Tan importante que no podemos darla por hecha. Merece la pena detenernos por un momento y reconsiderar que estamos haciendo. En un tiempo en el que la tecnología lo ocupa prácticamente todo, en los planes de estudios las ciencias ganan terreno a las humanidades. En un tiempo en que no nos ocupamos bien de nuestros hijos, permitimos que casi cualquiera pueda educarlos. Uno de los regalos que suele traer la maternidad o paternidad conscientes es un permanente cuestionamiento de cómo son las cosas y cómo podrían ser, un dar un paso atrás y observar. Y, como no me gusta dar demasiadas cosas por hechas, reflexiono sobre qué aspectos deberíamos desarrollar los padres, los profesionales de la educación o cualquier persona que trabaja con niños:

1.- Dignidad: debería sentirme digna, es decir, merecedora. Merecedora de amor, comprensión, respeto. Debería sentir que mi Ser es digno del mejor trato y entonces, podría apreciar la dignidad de los demás seres humanos con los que me relaciono y proporcionar este mismo trato digno. Es decir, tener conciencia de la grandeza que implica ser un Ser humano y lo que esto conlleva.

2.- Respeto: Emanado de esa misma dignidad que reconozco en cada ser humano. Respeto a la diferencia, a los ritmos, a los procesos, respeto a la evolución, a la equivocación, a los temores... traducido en evitar las situaciones autoritarias, los malos modales, la uniformidad…

3.- Educación: Como educador, me debería poder relacionar con los niños desde la educación misma que represento. El famoso "he dicho que no se grita" a voces por un adulto en medio de un montón de niños gritando es, no sólo desfasado, si no carente de sentido… y, además, no funciona.

4.-Amor: Pero amor consciente, incondicional. No un simple: me gustan los niños. El amor del educador tiene que hundir sus raíces en el sentido profundo de la dignidad humana. Ama solo aquel que tiene amor. Ama el que se ha fundido con el amor que él mismo es. Se ama sin expectativas, sin necesidad de cambiar al otro. Se ama porque se es amor.

5.- Sabiduría: Muy diferente a conocimiento. La sabiduría me permite destilar lo importante de lo accesorio, me ordena interior y exteriormente y me ayuda a aceptar. No se trata de poseer datos, fechas o procedimientos, se trata de saber qué hacer con ellos.

6.- Elegancia: Es una forma de estar, sutil, equilibrada, natural. Una forma de mostrarse al mundo sin estridencia, sin ocultarse, solo siendo. No soy más importante que el niño, pero tampoco me escudo en la pasividad.

7.- Paciencia: Saber contar hasta cien y después hasta doscientos cincuenta y después hasta dos mil quinientos cincuenta y así hasta el infinito...

8.- Creatividad: Significa no dar las respuestas por supuestas. Permitirme que lo insólito me asalte, que la vida me supere. Encajar piezas que, a priori, parecían no encajar. Sentirme valiente para comenzar una búsqueda original.

9.- Autonomía: Implica ser un eje firme, independiente de lo que ocurre fuera y dentro. Tener el poder de observar los propios vacíos y miedos y asumir que son mi responsabilidad; que, a estas alturas, me toca a mi y no a otro cubrir mis faltas.

10.- Libertad: Ser libre para pensar por mi mismo, para no dogmatizar, para cambiar de opinión, para atraverme a hacer y a Ser. La libertad supone que soy yo quien decido en mi vida, que tomo las decisiones y que asumo las consecuencias; que no permito que los demás decidan por mi y que tampoco esclavizo al otro.

11.- Humildad: Asumir que nadie lo sabe todo, que todos estamos aprendiendo cada día, que no soy necesario ni imprescindible, tan solo una herramienta.

12.- Escucha interior: Saber poner nombre a lo que siento y me ocurre por dentro y actuar en consecuencia. Es decir, ser honesto.

Y ahora, si estos atributos me pertenecieran y fuera educador ¿Qué tipo de educador sería? ¿Qué pedagogía seguiría, si siguiera alguna? ¿Cómo reaccionaría ante un niño que decide algo diferente a lo que yo ofrezco? ¿Cómo acompañaría el error? ¿Cómo me presentaría ante los niños? ¿Qué tono de voz y gestos utilizaría? ¿Cómo me relacionaría con ellos?

Los niños nos atropellan y nos arrojan a los brazos de nuestras miserias íntimas. Por eso son volcánicos, como fuego, reveladores. Ya sé que todos llevamos dentro la sombra de nuestro niño herido y que resulta muy difícil alcanzar estos atributos, pero cuando un hombre o una mujer deciden ser padres o trabajar con niños creo que, al menos, deberían tener la intención de mostrar la mejor versión de si mismos, de comenzar un proceso de sanación interior que les permita vivenciar estas actitudes. Saber canalizar el regalo que supone vivir o trabajar con niños y convertirlo en la aventura de nuestro viaje interior es un arte que, espero, algún día los educadores del mundo podamos manejar con soltura. Porque no hay nada más devastador que segar la hierba que crece bajo los pies de nuestros hijos, convertir en frustración lo que debería ser placer, transformar el amor en dolor. Porque no hay nada más hermoso que contemplar cómo la vida se abre camino a través de un niño. Poder sosegar la mente y disfrutar, un paso por detrás, de los descubrimientos que sólo a ellos les pertenece.

Algún día, en las escuelas, no existirán los exámenes suspensos, porque consideraremos que el error es parte del proceso de aprendizaje; algún día, seremos capaces de escuchar a nuestros niños y jóvenes sin haber decidido la respuesta de antemano; algún día podremos sentarnos, en silencio, para aprender de ellos; algún día, asistiremos con respeto reverencial al despertar de nuestros hijos y alumnos al mundo y les tenderemos una mano por si nos necesitan, pero no señalaremos la dirección con la otra; algún día, nuestros hijos serán tan importantes para nosotros que nos tomaremos muy en serio su educación, tanto, que solo los dejaremos en manos de poetas y sabios.

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