
De vez en cuando viajo para reunirme con "hermanas" en las que el juego, los lazos de amor y solidaridad son tan naturales y fluyen de tal modo que, las reglas de la vida cotidiana se paralizan y nos asomamos a un mundo en el que las relaciones son de amor desinteresado. Es profundamente sanador rodearse de un círculo de hermanas del alma con quienes fluir. Este verano viajé a Cáceres a casa de María. Nos reunimos María, Giulliana, Marta, Carol, Lucia (mi hija de cuatro años) y yo. Fueron unos días preciosos entre magnífica comida macrobiótica preparada por Carol, olor a pan recien horneado por María, las deliciosas deliveraciones de Marta y la presencia cálida y divertida de Gulliana. En esos días, las horas pasaron entre risas, cansancios, reglas, limpiezas, comidas, excursiones, juegos con Lucía, pero sobre todo, entre conversaciones. Hablamos y hablamos y hablamos hasta las tantas. Nos reimos, lloramos, nos enfadamos, nos volvimos a reir y volvimos a hablar de nuevo. Se trataba solo de estar, relajadas, abandonadas a lo que surgiera en cada momento, sin juicios, sin expectativas. Mi hija y yo fuimos cuidadas, apoyadas, amadas. Me fui de allí con la impresión de que otro mundo sería posible si las mujeres volviéramos a amarnos, a sentirnos como hermanas, a crear una comunidad cuyos lazos estuvieran creados de oxitocina. El patriarcado trajo consigo la forma de relacionarnos, en competencia, también entre mujeres. Seguramente hemos perdido como sociedad lo que la naturaleza nos legó para vivir de forma eficiente y feliz: la relación entre mujeres; o lo que es lo mismo, las relaciones basadas en el amor y los cuidados. Solo a nosotras corresponde tomar la iniciativa y reunirnos física y virtualmente en círculos que nos devuelvan a nuestra verdadera naturaleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario