Hace poco Paula, una amiga, me envió un power point con información sobre la amistad entre mujeres. Resulta que sesudos científicos han identificado que cuando las mujeres estamos entre mujeres liberamos oxitocina, la famosa hormona del amor. El resultado de la investigación era que a las mujeres les sana, incluso físicamente, estar entre mujeres. A los hombres no les ocurre esto (puede ser una consecuencia biológica de la competencia por el apareamiento). Deduzco que biológicamente estamos hechas para que el contacto entre nosotras nos relaje, nos produzca una fuerte sensación de placer y creemos redes de solidaridad y apoyo. Y sin embargo ¿cuántas veces hemos oido hablar de la competencia entre nosotras, de que sentimos celos y envidias unas de otras? Sin embargo, mi experiencia es que en un círculo de mujeres no suele darse competencia. Cuando una madre llega por primera vez al Grupo maternal encuentra lo que había perdido: el círculo de hermanas. Mujeres que están pasando su misma situación, que lloran como ella, que tienen problemas de pareja, que se preocupan por las mismas cosas. Comienza asi un espacio de ex-presión (liberar la presión) profundamente sanador. Nos sentimos escuchadas, apoyadas y valoradas en un espacio sin crítica, juicio o competencia. Y entonces comienza el milagro: sencillamente, nos sentimos mejor. Porque por unos momentos dejamos la forma de relacionarnos masculina y patriarcal y nos internamos en el mundo de los afectos y la solidaridad.
De vez en cuando viajo para reunirme con "hermanas" en las que el juego, los lazos de amor y solidaridad son tan naturales y fluyen de tal modo que, las reglas de la vida cotidiana se paralizan y nos asomamos a un mundo en el que las relaciones son de amor desinteresado. Es profundamente sanador rodearse de un círculo de hermanas del alma con quienes fluir. Este verano viajé a Cáceres a casa de María. Nos reunimos María, Giulliana, Marta, Carol, Lucia (mi hija de cuatro años) y yo. Fueron unos días preciosos entre magnífica comida macrobiótica preparada por Carol, olor a pan recien horneado por María, las deliciosas deliveraciones de Marta y la presencia cálida y divertida de Gulliana. En esos días, las horas pasaron entre risas, cansancios, reglas, limpiezas, comidas, excursiones, juegos con Lucía, pero sobre todo, entre conversaciones. Hablamos y hablamos y hablamos hasta las tantas. Nos reimos, lloramos, nos enfadamos, nos volvimos a reir y volvimos a hablar de nuevo. Se trataba solo de estar, relajadas, abandonadas a lo que surgiera en cada momento, sin juicios, sin expectativas. Mi hija y yo fuimos cuidadas, apoyadas, amadas. Me fui de allí con la impresión de que otro mundo sería posible si las mujeres volviéramos a amarnos, a sentirnos como hermanas, a crear una comunidad cuyos lazos estuvieran creados de oxitocina. El patriarcado trajo consigo la forma de relacionarnos, en competencia, también entre mujeres. Seguramente hemos perdido como sociedad lo que la naturaleza nos legó para vivir de forma eficiente y feliz: la relación entre mujeres; o lo que es lo mismo, las relaciones basadas en el amor y los cuidados. Solo a nosotras corresponde tomar la iniciativa y reunirnos física y virtualmente en círculos que nos devuelvan a nuestra verdadera naturaleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario