Si se conocen los atributos o características de una persona realizada, entonces podríamos educar teleológicamente para, con la vista puesta en la totalidad de su desarrollo, poder acompañar el proceso de la forma más eficaz.
Maslow dedujo, a través de observaciones clínicas, las características de las personas sanas o autorrealizadas. Las conclusiones de sus estudios son:
- Una percepción superior de la realidad.
- Una mayor aceptación de uno mismo, de los demás y de la naturaleza.
- Una mayor espontaneidad.
- Una mayor capacidad de enfoque correcto de los problemas.
- Una mayor independencia y deseo de intimidad.
- Una mayor autonomía y resistencia a la indoctrinación.
- Una mayor frescura de apreciación y riqueza de reacción emocional.
- Una mayor frecuencia de experiencias superiores.*
- Una mayor identificación con la especie humana.
- Un cambio (los clínicos dirían mejoramiento) en las relaciones interpersonales.
- Una estructura caracteriológica más demcrática.
- Una mayor creatividad.
- Algunos cambios en la escala de valores propia.
Parece claro que en este listado de atributos, juega un papel preponderante el proceso de individualización del sujeto, es decir, que se trata de personas que se saben diferentes, distintas, con un ego estructurado y sólido y, por lo tanto, no sujetos a patrones de conducta ajenos. Una educación que pretenda del niño que llegue a desarrollarse en toda su integridad, supondrá respetar las elecciones saludables del niño, permitir que éste encuentre verdades a partir de su propia experiencia y observar un alto grado de espontaneidad del niño. Se ha errado en numerosas ocasiones en cuanto a la práctica, ya que la propuesta es más un acompañamiento gozoso ante los descubrimientos del niño, un proporcionar espacios para que el niño pueda Ser (por ejemplo, a través del juego libre), permitir que el niño construya un mundo psíquico propio (libre de las neurosis de los adultos en la medida de lo posible) o respetar la exploración del niño a través de materiales y espacios físicos preparados para tal fin. Se trata de un acompañamiento activo; no pasivo. No se trata de observar al niño sin guiarle, lo que equivale en numerosas ocasiones a un naufragio. Si un niño vive sus relaciones con violencia, podemos quedarnos observando como tropieza una y otra vez en la misma cuestión y sufre; y esperar a que se de cuenta por si mismo, si es que alguna vez lo hace, de que esa forma de proceder no es la adecuada; o podemos tenderle la mano y acompañarle en el reconocimiento de su propia ira y la canalización de la misma a través de actividades más saludables. Como dice Maslow es un no hacer taoista, activo. No podemos obligar a desarrollarse a un niño, podemos tentarle a hacerlo, ponérselo al alcance de la mano, confiando que la nueva experiencia le haga preferirla. Solo él puede preferirla, nadie puede hacerlo en su lugar. Y si el niño no acepta la invitación, entonces deberemos pensar que para él, en este momento, puede no ser lo adecuado. Se trata de ofrecer y pocas veces de obligar.
Maslow dedujo, a través de observaciones clínicas, las características de las personas sanas o autorrealizadas. Las conclusiones de sus estudios son:
- Una percepción superior de la realidad.
- Una mayor aceptación de uno mismo, de los demás y de la naturaleza.
- Una mayor espontaneidad.
- Una mayor capacidad de enfoque correcto de los problemas.
- Una mayor independencia y deseo de intimidad.
- Una mayor autonomía y resistencia a la indoctrinación.
- Una mayor frescura de apreciación y riqueza de reacción emocional.
- Una mayor frecuencia de experiencias superiores.*
- Una mayor identificación con la especie humana.
- Un cambio (los clínicos dirían mejoramiento) en las relaciones interpersonales.
- Una estructura caracteriológica más demcrática.
- Una mayor creatividad.
- Algunos cambios en la escala de valores propia.
Parece claro que en este listado de atributos, juega un papel preponderante el proceso de individualización del sujeto, es decir, que se trata de personas que se saben diferentes, distintas, con un ego estructurado y sólido y, por lo tanto, no sujetos a patrones de conducta ajenos. Una educación que pretenda del niño que llegue a desarrollarse en toda su integridad, supondrá respetar las elecciones saludables del niño, permitir que éste encuentre verdades a partir de su propia experiencia y observar un alto grado de espontaneidad del niño. Se ha errado en numerosas ocasiones en cuanto a la práctica, ya que la propuesta es más un acompañamiento gozoso ante los descubrimientos del niño, un proporcionar espacios para que el niño pueda Ser (por ejemplo, a través del juego libre), permitir que el niño construya un mundo psíquico propio (libre de las neurosis de los adultos en la medida de lo posible) o respetar la exploración del niño a través de materiales y espacios físicos preparados para tal fin. Se trata de un acompañamiento activo; no pasivo. No se trata de observar al niño sin guiarle, lo que equivale en numerosas ocasiones a un naufragio. Si un niño vive sus relaciones con violencia, podemos quedarnos observando como tropieza una y otra vez en la misma cuestión y sufre; y esperar a que se de cuenta por si mismo, si es que alguna vez lo hace, de que esa forma de proceder no es la adecuada; o podemos tenderle la mano y acompañarle en el reconocimiento de su propia ira y la canalización de la misma a través de actividades más saludables. Como dice Maslow es un no hacer taoista, activo. No podemos obligar a desarrollarse a un niño, podemos tentarle a hacerlo, ponérselo al alcance de la mano, confiando que la nueva experiencia le haga preferirla. Solo él puede preferirla, nadie puede hacerlo en su lugar. Y si el niño no acepta la invitación, entonces deberemos pensar que para él, en este momento, puede no ser lo adecuado. Se trata de ofrecer y pocas veces de obligar.
Pero ¿por qué iba un niño a no crecer, desarrollarse, asumir nuevos y más altos valores? Porque en todos nosotros conviven dos fuerzas antagónicas: la defensa (seguridad y miedo) y el desarrollo. Y el desarrollo implica una serie de inseguridades, de soltar lo antiguo, lo viejo y caer en lo desconocido sin red, aunque sea momentáneamente. Y podemos no estar en disposición de afrontar nuevos retos si la perspectiva no aparece a priori demasiado atractiva o interesante. Y aquí entra de nuevo el acompañamiento del adulto: proporcionar alternativas más atractivas que la fase superada o en proceso de superación.
En este sentido, es destacable la aportación de Maslow, al observar que permitir a los niños vivir sus neurosis con acompañamiento implica la superación de la fase crítica. Se trata de acompañar desde el respeto y de proporcionar una visión más elevada a la que el niño pueda acceder después de superar su crisis. Por respeto entendemos el permitir que el niño sea como es, que se exprese desde el lugar en el que él se encuentra, que no tenga que ser de otra manera o reprimir determinadas conductas, impulsos o necesidades. Proporcionar una visión más elevada implica mostrar un camino, no obligarle a transitar por él o empujarle hacia un sentido.
En este punto hay que reflexionar sobre el sentido de los límites en la educación. Si aceptamos que la agresividad forma parte de nuestra naturaleza, aparentemente deberíamos permitir que el niño la manifestara abiertamente de la forma en que primero surja (que suele ser en forma de violencia). Sin embargo no es sano permitir que un niño explore la violencia sobre los demás, ni sobre si mismo. Y esto no es sano para el niño objeto de la violencia, pero tampoco para el que la ejerce, que aprenderá a resolver conflictos a través de medios coercitivos (la fuerza como autoridad). ¿Cómo proceder entonces para evitar la violencia sin reprimir el impulso natural del niño? Primero hay que diferenciar controlar y reprimir. Por control entiende la Real Academia Española: dominio o mando. Represión significa contener o refrenar. La propuesta de esta tesis es no contener o reprimir el impulso natural, sino dominarlo para poder ofrecer una salida adecuada sin que por ello deba salir nadie perjudicado. En este sentido hay numerosos ejercicios fáciles de practicar para niños, que le permiten vivenciar su agresividad sin comprometer a otro ni sus relaciones sociales. Desde la descarga de ira sobre un colchón, ejercicios físico, romper algún material preparado para tal fin, etc. Se trata, no de censurar o negar la ira que el niño experimenta, ni desde luego juzgarlo por ello, sino de permitir la libre salida de esta energía sin dañar o herir a nadie. Y, desde luego, ayudar al niño a tomar conciencia de sus emociones y a responsabilizarse de ellas.
2 comentarios:
Muy bueno este artículo. Me ha gustado de lo del "no hacer" taoísta, activo...
Ha sido un placer encontrar tu blog.
Enhorabuena!!! Un abrazo!!!
Gracias Ileana.
Tus aportaciones son bienvenidas, asi como tu experiencia.
Un saludoo
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