Todos nos hemos sentido enfadados alguna vez en nuestra vida. Todavía seguimos sintiendo ira en nuestro interior: nos enfadamos con la pareja cuando no hace lo que queremos, nos encontramos con nuestra ira cuando nos falta paciencia o cuando, de repente, la razón se hace a un lado y nos sentimos invadidos por una ola de violencia que nos impide actuar de acuerdo a las circunstancias. La ira tiene muy mala prensa en nuestra sociedad. Por eso a los niños nos enseñaban a reprimirla: no se pega, no se grita, las niñas buenas no se enfandan, tienes que ser un niño bueno... y estos mensajes llegaron a calar tan hondo en nuestro interior que de forma consciente e inconsciente arrinconamos esta emoción en el sótano de nuestra psique. Pero el reprimir una emoción no implica, necesariamente, el que no se tenga. Solo significa que no podemos controlarla, que no sabemos darle salida de forma adecuada o canalizarla.
Aún así hay diferencias entre la forma de comportarse los hombres y las mujeres. Los hombres tuvieron más margen de maniobra para solucionar los conflictos mediante la violencia física (no era tan raro ver a dos niños peleando en el suelo del patio del reccreo por la pelota); las mujeres, en cambio, aprendimos a canalizar nuestra ira disfrazada de manipulación: los chantajes emocionales, los silencios, la ira pasiva, las exigencias, los celos... son, entre otras cosas, ira disfrazada, violencia.
La primera cuestión a resolver es observar en uno mismo que la ira existe, que efectivamente, somos seres violentos. Que nos relacionamos con otros desde los miedos, dependencias, exigencias, manipulaciones, que utilizamos al otro para conseguir cosas que queremos o necesitamos, aunque seamos dulces y educados y jamás, o casi nunca, levantemos la voz.
A muchas personas no les gusta verse como seres violentos, cuidan extremadamente las formas, son suaves, se visten con la razón e inventan mil y una escusas para salirse con la suya. En el fondo, sienten miedo de su propia violencia y por eso se afanan más en ocultarla.
Solo despues de ser consciente de nuestra ira interior podemos pasar a trabajar con ella. Sanar la ira es relativamente fácil. Solo hace falta ser honesto con uno mismo y tener algo de constancia.
Observa a un niño pequeño. Son espontáneos, si se enfadan, lloran, gritan, patalean, golpean, rompen... viven su ira y enfado hasta el final y después... ya está. Se terminó la emoción, la sanaron, la pudieron limpiar. Por eso pueden pasar de una emoción a otra sin problemas, por eso pasan del llanto a la risa, de la ira al amor, de la frustración al goce. Viven en el presente, viven lo que hay y lo expresan; no bloquean las emociones. Nosotros como adultos no podemos comportarnos asi. No sería sano ni sostenible mantener una sociedad en la que cada uno fuera expresando sus emociones más bajas frente a los demás. Además, el niño actúa asi, porque aún no ha evolucionado lo suficiente para controlar (no reprimir) las emociones y hacerse cargo de ellas y no proyectarlas en los demás. Recordemos que en los dos primeros años de vida, el niño se encuentra fusionado emocionalmente con lo demás y que no puede comprender que lo que a él le pasa no le pase al otro. El niño pequeño es egocentrico y, por lo tanto, no puede respetar. Lo que no significa que no sea deseable que en su momento lo haga y se le eduque en la gestión de sus emociones. La diferencia con nuestra educación es que a nosotros se nos reprimía (no llores, no grites, no te enfades...). Ahora no se trata de reprimir, si no de canalizar.
¿Cómo limpio la ira que hay en mi interior?
Imagina que desde la primera vez que oiste: no grites, no pegues, no llores, no te enfades... fuiste guardando esas emociones en una mochila que llevas a la espalda. Después de 30 o más años, debemos de llevar un gran saco de ira ¿no crees? Fueron los restos de la ira no expresada y, por lo tanto, reprimida que ha ido conformando, junto con otros pensamientos, emociones, impulsos... tu subconsciente. El hecho de que no lo veas, no significa que no está, que no aproveche cualquier escusa para filtrarse y desbordarse con la pareja, los hijos o los padres, por poner solo un ejemplo.
La limpieza de la ira consiste en vivir de una forma activa la ira reprimida. El único requisito es la soledad. Hacernos responsables de nuestra propia ira implica que nadie, NADIE, tiene que ser su receptor, ni siquiera tiene que ver el espectáculo. Se trata de una limpieza de nuestros bajos instintos y es de mal gusto exponer a otro a la visión.
Al ser la ira una emoción activa, que provoca adrenalina en sangre, aunmento de la tensión y aceleración del pulso, lo normal es que se limpie a través de un ejercicio físico. Hay modalidades diferentes que pueden alternarse o elegir una de ella. Una de las más efectivas formas de limpiar la ira consiste en golpear con un palo un almohadón, cama, sillón, etc. es un ejercicio especialmente válido ya que al sujetar con las dos manos el palo y golpear abrimos la zona del pecho y la espalda, que suele ser lugar de bloqueo de esta emoción. No necesitamos estar desbordados por la ira en ese momento, basta con recordar una situación que nos genere ira y comenzar a golpear, en breve nos conectaremos intensamente a la ira que hay en nuestro interior.
Otras formas son:
- Tener la rabieta propia de los dos años, es decir, gritar, patalear, tirarnos al suelo y retorcernos.
- Ir a correr con nuestra ira: nos ponemos las zapatillas de correr y salimos a fogar acompañados de la ira... ¡veréis lo lejos que llegáis y la cantidad de energía que podéis utilizar de forma extra...! Es como si una fuerza extraña moviera vuestras piernas a una velocidad de vértigo.
Una de las primeras sensaciones que se tienen tras hacer estos ejercicios es la de sentirse más ligero y vacío. Conquistamos nuestro espacio interior y con el tiempo, podremos vivir desde el presente sin interferencias de los residuos bloqueados en el pasado.
1 comentario:
hola mamis!! me gustaría compartir con vosotras mi experiencia con esta técnica, a la cual le añadí una pequeña variante, que espero que les pueda ser útil en algún momento. Siempre me dio un poco respeto el palo, por la rigidez y por el tamaño. Así que, un día de estos en los que sientes un no-sé-qué en el pecho, por encima del estómago, un día de estos en los que tienes rabia, ira o tristeza enmascarada, un día de crispación, de sensaciones desagradables, me salió el coger un cojín y utilizarlo como saco de boxeo, luché y luché con ese cojín, que curiosamente me ganaba en ocasiones, pero no me rendí; le pegué, patalee, lo lancé una y otra vez hacia el sofá, el sillón, la pared, consciente siempre de la ira que llevaba guardando durante días, en las situaciones que me la producían. Sudé, grité de cansancio, comencé a sentir una sensación al principio de ahogo, de que todo se movía en mi interior, patalee como nunca, con este cojín de apoyo para no hacerme daño, lo pisaba, y desde arriba, abriendo el pecho también lo golpeaba, esperando limpiarme. Acabé rendida, el cuerpo me temblaba, era increíble la sensación de vacío que dejaron todos estos sentimientos que llevaba guardando en el pecho, porque ya no estaban... Y me duché feliz de que todo hubiese acabado por fin...
por ahora....jeje
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