Los niños son seres abiertos a la vida. Vienen a nosotros sin instrumentos para defenderse, sin caparazón. Los primeros años de vida estan especialmente dedicados a vivir desde la emoción (me gusta, no me gusta, triste, alegre, feliz, solo, acompañado, abandonado, comprendido, frustrado, capaz, etc.)
Cuando éramos pequeños, nosotros, los adultos, también fuimos así. Hubo una vez en que vivimos desde el corazón, pero la educación, las normas sociales, etc. nos fueron alejando de esa forma de vivir. Para no sufrir construimos un caparazón de hierro alrededor nuestro, así pudimos atravesar la infancia con sus dificultades y nos permitimos llegar vivos a la edad adulta. Nos convertimos en seres racionales, adultos, mentales. Desde este lugar la vida no nos llega a doler tanto, pero tampoco la comprendemos. Queremos que las cosas sean de una determinada manera, sin embargo, la vida nos enseña una y mil veces que no podemos controlarla, ni apresarla. El precio que pagamos es no poder establecer relaciones desde el corazón, incluso con nuestros hijos. Ellos nos enseñan, cada día, que no es el mejor modo de vivir.
Vamos a hacer un viaje en el tiempo, a respirar como cuando éramos niños, dejaremos que nuestros sentidos se abran a la vida y el corazón despierte. Nuestros impedimentos pueden ser el miedo o la rigidez de pensamientos, pero si los observas de frente, si te das cuenta de ellos y los aceptas, desaparecerán.
Cuando éramos pequeños, nosotros, los adultos, también fuimos así. Hubo una vez en que vivimos desde el corazón, pero la educación, las normas sociales, etc. nos fueron alejando de esa forma de vivir. Para no sufrir construimos un caparazón de hierro alrededor nuestro, así pudimos atravesar la infancia con sus dificultades y nos permitimos llegar vivos a la edad adulta. Nos convertimos en seres racionales, adultos, mentales. Desde este lugar la vida no nos llega a doler tanto, pero tampoco la comprendemos. Queremos que las cosas sean de una determinada manera, sin embargo, la vida nos enseña una y mil veces que no podemos controlarla, ni apresarla. El precio que pagamos es no poder establecer relaciones desde el corazón, incluso con nuestros hijos. Ellos nos enseñan, cada día, que no es el mejor modo de vivir.
Vamos a hacer un viaje en el tiempo, a respirar como cuando éramos niños, dejaremos que nuestros sentidos se abran a la vida y el corazón despierte. Nuestros impedimentos pueden ser el miedo o la rigidez de pensamientos, pero si los observas de frente, si te das cuenta de ellos y los aceptas, desaparecerán.
Así comienza un mañana cualquiera el Grupo Maternal, un círculo de mujeres con niños muy pequeños, en su interior. Es un círculo de poder, porque posibilita el encuentro entre ellas y de cada una de ellas consigo misma. Es un círculo de amor, porque rodeamos a los seres que más queremos. Es un círculo de amistad, porque nos damos permiso para ser y permitimos ser a las demás, sin juicios, sin etiquetas, sin críticas; nos sostenemos, nos reconocemos, nos amparamos y, sobre todo, nos acompañamos en el viaje más apasionante que alguien puede hacer en esta vida, el viaje al interior a si misma como puente para alcanzar el corazón del hijo, la verdadera naturaleza, la alegría al vivir. ¡Bienvenidas!
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